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SANTA TERESA Y SU TRATO FILIAL CON DIOS
Nuevamente tengo la oportunidad de celebrara esta fiesta teresiana aquí, con vosotros, en la iglesia de este monasterio tan visitado pro todos aquellos que no tienen cerrado su corazón al recuerdo y al amor de Santa Teresa de Jesús. Para mí es muy grato siempre este encuentro renovado ya año tras año, desde hace algún tiempo, porque también me sirve para fortalecer mi espíritu…, teresiano y entrar un poco más en la meditación de esos pequeños detalles de piedad que nos ofrece en su vida Santa Teresa. Ya que no sepamos llegar a los de un alma tan distinguida como la de ella, que no descuidemos, al menos, aquellos a los que debemos aspirar los que caminamos por senderos más vulgares. Andariega, escritora y algo más El primero de todos, es que nos sirve para conocer mejor a la misma Santa Teresa. Deber servirnos para no quedarnos únicamente en un conjunto de imágenes estereotipadas y fijas que nos ha transmitido la historia. Porque con personajes de tanta grandeza suele ocurrir esto que digo: unos y otros nos hacemos a ciertos clichés que llegan hasta nosotros –con fundamento histórico y real-, pero no pasamos de ahí. Y ponderamos, con todo derecho, los singulares méritos, de toda índole, de aquella figura extraordinaria, pero se nos esfuman los detalles. No basta considerar a Santa Teresa como fundadora o reformadora del Carmen Descalzo, con todo el heroísmo de sus viajes. No basta que los mejores escritores y críticos de la literatura española nos presenten de ella retratos acabados en que nos la pintan como maestra en el decir. No basta lo que nos digan los psicólogos que tratan de investigar el núcleo más íntimo de su personalidad. Ni bastan siquiera sus cartas llenas de gracia, de tino y de fervor. No basta, no. Hace falta todavía un poco más. Hay que sorprenderla en los pequeños detalles que le brotan del alma. ¡Son tantos los que abundan en su vida! Ella, a pesar de que siempre escribió un poco forzada por el mandato que recibía –pues no gustaba hablar de sí misma-, nos dejó suficientes expresiones reveladoras de ese misterio tan rico de su intimidad religiosa. No nos basta el paisaje en su conjunto. Hay que oír el canto de los pajarillos que cantan con voz suave “no aprendida”, como dice fray Luis de León. Hay que ver, en el bosque, el árbol de figura caprichosa. Hay que seguir el curso del agua cristalina de un riachuelo. Hay que saber captar los detalles. Dios, nuestro Padre Un detalle como este, en la vida de Santa Teresa, nos sirve también para conocer más y más a Dios nuestro Señor, a Dios nuestro Padre. Y aquí no quiero dejar de advertir la paradoja que se está dando hoy. Nunca se ha hablado tanto de la Iglesia como Pueblo de Dios, familia escogida, familia de Dios. Términos bíblicos, empleados por el Concilio y que ahora se repiten sin cesar. Pero nunca como ahora han ido desapareciendo tanto las relaciones de intimidad con Dios. Y así está sucediendo que, cuando como es debido, viene a ser más proclamado este aspecto de hijos en relación con Dios nuestro Padre, es cuando, faltos de toda lógica, estamos haciendo una religión más áspera, más dura y más llena de exigencias racionalistas. Esto es profundamente extraño y me parece que es uno de esos fenómenos que se dan en las épocas de turbación de la Iglesia, que irán desapareciendo ciertamente, pero que debemos de hacer notar, para no caer en esas apreciaciones de la vida religiosa, alejada de la intimidad con Dios, que oíamos algunas veces. Las revelaciones, relaciones de familia entre Dios y sus hijos En la revelación pública, lo mismo en el Antiguo que en el Nuevo Testamento, aparecen detalles preciosos en que Dios se nos revela como nuestro Padre: Abraham, Moisés, Jacob, José…, en el Antiguo; la Virgen María y José, en el Nuevo, son criaturas escogidas, típicas, pero que representan a todo el Pueblo de Dios. Y Dios tiene con ellos detalles asombrosos de intimidad paternal y hace que ellos le respondan, a su vez, con detalles sorprendentes de piedad y de cariño filial. Envidia santa y trato con Dios Y aquí encuentro el tercer beneficio espiritual: la ejemplaridad fecunda. En relación con este episodio dichoso de la vida de Santa Teresa de Jesús, pienso en tantas religiosas carmelitas descalzas o de otras órdenes y congregaciones que, al leer este pasaje, habrán sentido el deseo de recibir alguna prueba de amor semejante, por parte de Dios nuestro Señor. Probablemente, habrá habido quienes habrán tenido un deseo inconsistente y vano, por carecer de merecimientos para ello y quienes, llevando una vida religiosa equilibrada y fundadamente santa, habrán reaccionado, en humildad, sintiéndose indignas de recibir una prueba tan delicada de amor. Y estas no habrán dejado de sentir la fuerza del dardo que quema. Mujeres consagradas a Dios, con su amor, con su existencia humana, con sus aspiraciones al bien, deseosas de un despliegue total de todas las facultades que integran su personalidad y que tienen centradas en Dios, que, en el silencio de sus celdas o en muchos momentos de su vida contemplativa, habrán sentido una santa envidia de semejante privilegio. No para que se repita nuevamente en ellas, porque, precisamente por ser dignas no se atreven a aspirar a tan grandes favores; pero sí para que el Señor les conceda la gracia de mantener con ellas un trato de amor en la humildad continua de su trabajo diario y de su entrega apostólica, de modo que, de algún modo, les anticipe en fe lo que les dará luego en posesión como premio a su entrega y a la generosidad con que quieren irla realizando. Para tratar de ser mejores Pero no solamente las religiosas. La vida de Santa Teresa es leída por millones de personas seglares de todas las religiones. No exagero. Y, al llegar a este pasaje, pienso que también muchas madres de familia y muchos esposos cristianos y muchos jóvenes buenos, de corazón limpio, sentirán cómo se acrecienta en su alma el suave amor a Dios, junto con un santo y delicioso temor que, precisamente por inspirarse en la grandeza divina, se les convierte en poderoso estímulo para tratar de ser mejores. Y, a medida que van adelantando en la piedad, experimentan también cada vez mayor paz y mayor gozo en sus relaciones y en su trato con Dios. El misterio del corazón del hombre Ya lo apuntaba antes, cuando hablaba de la situación de la Iglesia hoy. Creo que estamos muy necesitados de volver a un estado de espíritu que nos permita saborear las pequeñas delicadezas. En vuestro cansancio y en el nuestro Ellos nos son ejemplo y guía. Ellos son luz de nuestros pasos en cualquier momento oscuro de nuestra existencia. En vuestro cansancio, religiosas; en el nuestro, sacerdotes; en la fatiga y en la angustia que experimentáis no pocas veces, vosotros, padres y madres de familia, podemos ciertamente recurrir directamente a Dios, o poner como mediador a Cristo, o como intercesora a la Santísima Virgen María. Pero podemos también acercarnos a estos testigos más próximos de nuestra condición humana, exactamente iguales a nosotros en la fragilidad de nuestra pobre naturaleza. En este caso, hoy, a esta hija de Ávila, Santa Teresa de Jesús, gloria no solo de la Iglesia española, sino de la Iglesia universal y del mundo entero; maestra eximia de las delicadezas del espíritu.
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