LA TRANSVERBERACIÓN, CARICIA DOLOROSA

26 de agosto de 1992 

            Yo agradecería mucho hoy, que permita el señor obispo diocesano –que nos honra con su presencia y saludo con todo mi corazón- decirlo a los que amablemente están tomando imágenes, que ya se abstuvieran de hacerlo. Perdonádmelo; no sabéis lo que perturba al que está celebrando en el altar, queriendo hacerlo con recogimiento, el moverse de un lado para otro. Dispensadme, pero yo no puedo. Ya habéis demostrado vuestra competencia profesional o personal; ya es bastante.
Saludo a cuantos estáis aquí, y lo hago con todo cariño. También a vosotros, sacerdotes; y a vosotras, queridas monjas Carmelitas de la Encarnación, carmelitas de este monasterio; y a todos vosotros, ¡cómo no! Veo también un grupo de religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, con las cuales tanta relación he tenido y tengo; y a otras religiosas.

Mi yugo es suave

Esta es una fiesta así, una fiesta que pide recato y no expansión ruidosa; es una fiesta de familia, muy de familia. Celebrar la Transverberación del corazón de Santa Teresa significa prestar atención a una flor delicadísima en la vida santa de una persona muy santa. A lo mejor pudiera haber alguien que, con criterios un poco ásperamente racionalistas, sería capaz de decir que estos intimismos no sirven para nada. Bueno, bueno…, estos serían capaces de arrancar páginas del Evangelio. Aquellas en que vemos a Jesucristo en casa de Marta y María, o cuando les dice a los apóstoles: “Descansad un poco; venid conmigo, que mi yugo es suave, mi carga ligera, mi Corazón humilde”; todo esto sobraría, porque también es intimidad, es como una fragancia espiritual que brota del Evangelio del Señor.
Y no digamos nada si entramos en la vida oculta -¿todo eso es también intimismo inútil?-, porque allí, desde que Jesús Niño vive ocultamente con sus padres en Nazaret, ¿qué es lo que sabemos? Apenas nada. Pero ¿qué es lo que suponemos? Pues todo, todo lo que tenemos derecho a suponer en la relación de un hijo con sus padres, que esto es lo que quiso hacerse. De manera que no sobra nada, y por eso tiene no solo encanto, sino razón de subsistencia piadosa y litúrgica el poder celebrar –porque la Iglesia nos autoriza a ello- aspectos tan ricos de la espiritualidad teresiana como este de la Transverberación.

Me acerqué a Santa Teresa

Por lo que a mí se refiere, cuando empecé a venir por aquí, porque me invitabais y yo aceptaba la invitación, para predicar en esta fiesta, algunas veces pensé que era yo el que hacía un favor; hasta que me he dado cuenta de que el favor lo recibo yo, por varias razones. En primer lugar, porque me ha permitido acercarme más a Santa Teresa y a sus escritos. En segundo lugar, por razón de una correspondencia espiritual que se establece entre la comunidad del monasterio de la Encarnación y este que viene aquí tantos años seguidos. Y en tercer lugar, porque ello me ha permitido conocer siempre un ambiente espiritual gratísimo: el que nace de la presencia de estos sacerdotes abulenses; algunos de los cuales, a quienes he visto siempre en este presbiterio, ya han muerto. Quiero tenerles presentes en mi oración de hoy.
Este año además, estos sacerdotes ven fortalecida su presencia con la de otros que han venido esta tarde de Toledo, rectores de seminarios, algún párroco, etc. Y, naturalmente, tengo que referirme de manera especial al señor obispo de la diócesis, a quien saludo con toda cordialidad, agradeciéndole el detalle de deferencia espiritual que supone el que esté aquí con nosotros; y a ello se añade el que esté aquí también presente nuestro querido don Juan García Santa Cruz, el obispo de Guadix.
A uno y a otro les hemos acompañado en este curso que ha terminado ya, el día en que tomaron posesión de sus diócesis. Son como hechos que van apareciendo en la Historia de la Iglesia de nuestras diócesis, y que sirven para multiplicar los lazos del afecto, de los comunes propósitos, de la atención con que seguimos todos trabajando en nuestros puestos al servicio de la Iglesia, y agradeciendo que un día aparezca la voz de don Nicolás, el capellán querido de este monasterio, que tiene siempre la oportunidad en sus labios. Hoy ha encontrado ese momentos para ponernos unas frases de Santa Teresa –ella, tan madre y tan magnífica en su corazón-, dedicadas a la jerarquía, en que pide que Dios proteja la salud de aquellos que velan por su pueblo.

El ejemplo de los santos

¡Qué instinto teológico, qué visión tan serena de aquella mujer santa cuando dice que “sin estos, ¿qué sería de nuestro pueblo?”, que es lo que viene a decir en esas frases. Es siempre aleccionadora, y nunca cansa, la lectura de las obras de Santa Teresa. ¡Lástima que no dispongamos de días de 40 horas para poder abarcar todo lo que la experiencia de los años y el ejemplo de los santos va poniendo a nuestra disposición, pero particularmente este tesoro, el de los escritos de Santa Teresa, que es una inundación de paz, de luz, de consuelo, de gracia, de contento insuperable! Y no digamos la lectura que hace siempre don Nicolás del hecho que comentamos hoy, el que celebramos: la Transverberación.

“… de los que llaman querubines”

Ella dice que fue so aquí algunos días. De manera que no fue una sola vez; algunas veces, en la capilla de este monasterio, tenía esa visión imaginaria, la de un ángel muy hermoso, de los que llaman querubines, con un dardo en la mano, y la punta del dardo como llena de fuego que atraviesa su corazón, y que al salir parece que le arranca las entrañas. Produce un dolor grandísimo, pero a la vez una suavidad tan indescriptible, que la persona que lo padece o lo goza no se puede contentar ya con menos que con Dios.
Es una frase rotunda, breve, incisiva: la persona no puede contentarse ya sino con Dios. De ahí, a Dios, con toda su grandeza infinita. “Y si alguien piensa que miento, lo único que deseo es que él lo experimente”. No quiere tener en exclusiva un gozo tan inefable, tan rico como el que le producía. Y sigue comentando ella en ese capítulo XXIX de su Vida: “Cuando esto me pasaba, tenía días en que yo estaba como alienada, transportada, sin estar dueña de mí”. De manera que no era algo pasajero.

La humanidad de Jesucristo la enamoró

¿Qué explicación tiene este hecho? Yo os lo digo tal como lo entiendo, sin pretender sentar cátedra de profesor, o escritor de cuestiones místicas. Pero leyendo lo que dicen los sabios en espiritualidad y lo que es esta visión, tal como ella en otros momentos también habla de visiones imaginarias, lo que pasa es lo siguiente.
La realidad del choque de ese amor divino es indudable. Es un impulso que siente ella, muy enamorada de Dios, hacia la atracción enorme que ejerce sobre ella el misterio de Dios tres veces Santo, sobre todo del Hijo de Dios, Jesús.
Es Jesucristo con su humanidad de quien ella se enamoró, en el sentido más profundo, celeste y terrestre de la vida en que puede uno explicárselo y atisbarlo un poco dentro del misterio de estas almas; esta es la realidad. Luego, su naturaleza de mujer y la particular naturaleza de Teresa de Jesús –aquella joven gentil que vieron por las calles de Ávila antes de entrar en el convento, aquella monja siempre inquieta buscadora de verdades, de luces, de contentos, en su etapa menos profunda en la vida del monasterio de la Encarnación-, su condición, la fuerza volcánica de su amor, la hace sentir como ese fenómeno del amor de Dios, real y presente a través de esas imágenes.

La fuerza del amor

De manera que no debemos despreciar esa página como si dijéramos que son locuras de una mujer que se pone a describir con pluma fácil. Verdaderamente es que Dios se le manifiesta, con visiones corporales, sino con esta visión imaginaria en que la fuerza del amor real, la expresión bajo la cual lo percibe, brota de ese conjunto de elementos psicológicos propios de aquella mujer tan grande y tan única en las expresiones de su amor.
Así es como yo me lo imagino y lo entiendo, y me quedo sencillamente, humildemente confuso, pensando en el gozo con que el Señor la miraba y la gracia que le hacía. ¿Para qué? “Para fortalecerla”, como dice la oración que hemos recitado hoy, la oración de esta misa de la Transverberación, esa que yo he cantado torpemente antes.
Habla de esto, diciendo: “vulneraste su corazón de esta manera para fortalecerla en las empresas que había de acometer en su vida apostólica y contemplativa”. Porque nunca perdió su contemplación y su capacidad de entrega y de atención al tesoro que llevaba en sus manos. ¡Cómo se acordaría después Santa Teresa, en tantos momentos de su vida, de esta visión del ángel que rompe su corazón, lo atraviesa y la deja inundada de esa fuerza amorosa única!
Yo particularmente encuentro como tres ocasiones multiplicadas en su vida, en las cuales, aún cuando ella no se acordase expresamente del momento en que las sufría, cuando viniera el sosiego a su alma, creo que volvería a su corazón el recuerdo de esta visión habida aquí.

Las horas de las fundaciones

Sitúo la primera en los años en que tiene como punto de partida la fundación de San José, y ella está trabajando en la empresa a que Dios la ha llamado. Primer momento: el de las horas terribles de las fundaciones, con tantas dificultades, en que parece que todo se le vuelve en contra, en tantas ocasiones, ¿para qué enumerar? La de Toledo, por ejemplo, cuando no tiene más que dos jergones y una manta para empezar la vida en la casita que le ha procurado un estudiante pobre, Andrada se llamaba.
Sí, Dios quería y la llamaba a eso, pero ¿por qué tanta escasez?, ¿dónde encontrar fuerza para decir: tengo que seguir adelante? O la fundación de Palencia… Cuando va a Valladolid para desde allí actuar, cae enferma, se encuentra muy agotada, y ve que la rodean dificultades continuas, no salen las cosas como creía, pero vence todo, también despacito. No digamos en la de Sevilla… En las horas amargas de tantas fundaciones, el ángel volvería a cruzar por su imaginación y estaría inspirándole como un soplo de dulce amor para volver a reanimar las brasas que estaban calentando la vida de aquella mujer extraordinaria.

Fortaleza en las persecuciones

Otro momento en que yo pienso, no caprichosamente, que volvería a sentir la fuerza de ese ángel del cielo, es el de las persecuciones en el interior de la Iglesia, el de los ataques con que la impugnan, el del menosprecio de unos y de otros. Cuando ella, rendida de trabajo moral, trata de sobreponerse a tantas dificultades y llega a turbarse en algún momento pensando si está fuera de la Iglesia, al ver que, por un lado y por otro, surgen aquellas contradicciones y tiene que encararse con personajes de toda índole eclesiásticos y civiles y se puede echar atrás la Reforma que empezaba, ¿cómo no iba a acordarse ella de lo que aquí un día –varios días- sintió: aquella dulzura tan grande en medio de una pena indescriptible, toda una mezcla de presencias misteriosas del Dios amado?

Caricia dolorosa

Y por último, me la imagino yo en otro momento de su vida, en el cual también cruza por su mente la imagen de ese ángel que un día le ofreció la caricia dolorosa del amor de Jesucristo. Es el momento final, cuando entra en Alba de Tormes, y completamente rendida, agotada su vida y, persuadida de que va a morir, pronuncia aquella frase: “Ya es hora de vernos, mi Amado, ya es hora de vernos”; y recita el salmo: “Un corazón contrito y humillado, Tú no lo desprecias”. Y: “Al fin muero hija de la Iglesia”…
Tuvo capacidad para escuchar, o ver con sus ojos ya vidriosos, el aleteo del ángel que cruzaba delante de ella, presentándole, como si fuera una flor arrancada de su corazón, este mismo corazón ya herido, mortalmente herido, que entraba ya en la agonía. Este es un momento en el cual uno es libre para poder con todo derecho confundirse y recrearse en el misterio del amor de Dios hacia aquella que tanto le había amado.

La empresa de hoy: evangelizar

¡Oh, Santa Teresa de Jesús! ¡Cuántas veces a nosotros también, sacerdotes y estudiantes, pueden tus escritos ayudarnos a acometer nuestras empresas! La empresa única hoy es esta: la de evangelizar el mundo de hoy sin miedos, sin respetos humanos, con serenidad, sin atropellar nada, sin jactancias de ningún género, con enorme confianza. No se trata de pensar si son muchos o pocos; se trata de avanzar.

El perfume de las florecillas

Como ella dice en otra ocasión, hay que estar dispuestos a considerar nuestras almas como un pequeño jardín, un vergel de donde tiene que estar brotando el perfume de muchas florecillas.
Llegarán días en que, a pesar de todo, el jardinero tendrá que aparecer cortando hierbecillas que estorban; es decir, quitando el estorbo que puede originarse para que crezcan las flores. Dejad que esas flores vayan saliendo, dejad que vuestros esfuerzos vayan produciendo frutos, pero que el alma trate de ser jardín abierto.
El jardinero es Él, Jesús, nuestro Salvador; Jesús, el Buen Pastor; Jesús, el que nos dejó la Iglesia como huerto precioso en que tenemos que estar todos, todos, religiosos, religiosas, obispos, presbíteros, seminaristas, personas todas las que estáis aquí, puesto que todos formamos esa delicia de la vida de la Iglesia, de la que participamos, en la que somos todos –en la medida en que nos corresponde a cada uno- protagonistas.
Que Santa Teresa nos alcance la gracia de permanecer siempre fieles, dispuestos a esos trabajos que queremos seguir haciendo con gozo por el reino de Dios. Así sea.

Inicio

Homilías