MERCED DEL DARDO Y MERCED DE LA VENIDA DEL PAPA A ESPAÑA
(26 de agosto de 1982) 

            Una vez más nos damos cita en este lugar sagrado del monasterio de la Encarnación para celebrar la fiesta en que conmemoramos la visión que tuvo Santa Teresa de Jesús, de aquel querubín que, con un dardo encendido, atravesaba su corazón. A veces me pregunto por qué es precisamente esa visión, que ella narra en el Libro de la Vida, la que se ha tomado como paradigma de las muchas que tuvo, hasta el punto de que justifique una celebración litúrgica. Es la autoridad de la Iglesia la que ha permitido que se celebre como fiesta esta conmemoración dentro de la Orden Carmelitana; restringida a este ámbito, no deja, sin embargo, de tener un valor merecedor de la mayor apreciación por parte de los fieles. Y de tantas mociones extraordinarias y tantas visiones como tuvo Santa Teresa, reveladoras del grado de unión con Dios a que había llegado, es precisamente esta visión del querubín la que ha sido escogida para que la celebremos litúrgicamente y aparezca inserta en el calendario de las conmemoraciones y fiestas propias de la Orden Carmelitana.

     ¿Por qué precisamente esta merced?

            ¿Por qué esto? La respuesta, a mi juicio, es muy sencilla. Recordad lo que ella dice al narrarlo: “En algunas ocasiones, en este lugar, vio junto a sí un ángel”; en algunas ocasiones, luego no fue solo una vez; y una síntesis –porque es muy difícil reproducir en su estilo esa breve pero espléndida narración-, ella veía que el ángel, uno de los más subidos en el trono de Dios, un querubín, con un dardo de oro encendido en la punta, atravesaba su corazón. Y ella sentía una dicha espiritual insuperable, pero, a la vez, un dolor intensísimo, que llegaba incluso a reflejarse en su organismo corporal, y de tal manera atravesaba su corazón que, al salir el dardo, parece que le arrancaba las entrañas. Entonces se producía en su alma una mezcla tal de deleite espiritual y de profundo dolor que no sabría explicarlo. Y termina por decir: “Lo único que yo quisiera es que aquellos que dudaran de esto, pudieran sentir tal merced para experimentar ellos mismos lo que yo he experimentado”.
Y aquí viene –repito- la pregunta que me hago. Porque, cuando conmemoramos o hablamos de una determinada fiesta, debemos fijarnos en ella y no evadirnos del tema yéndonos a explicaciones de tipo más o menos genérico siempre, por otra parte, provechosas, porque de Santa Teresa podíamos estar hablando años enteros, tocando diversos puntos siempre útiles para la vida espiritual. Pero yo me refiero precisamente a esto: la Transverberación que ella sufre en aquel corazón suyo tan enamorado de Dios. Digo que la respuesta no es difícil.

Fruto de una vida de intimidad con Dios

Primero: detrás de este episodio, que es una visión imaginaria, adivinamos muchas horas de oración y de contemplación; de manera que precede a este momento de su vida una actitud intensísima de trato y comunicación con Dios, siempre movida por aquel amor creciente que va inundando su alma. Este momento, es visión imaginaria, es como si ella, movida por gracias especiales de Dios, se representara a sí misma el resumen y el fruto de años enteros de trato íntimo con Dios. Y como el trato que ella buscaba con Dios, con el que ella favorecía, era un trato íntimo y cercano –estas son las comunicaciones de Dios, este es el Dios de los cristianos, un Padre-, como era así, una comunicación tan viva y tan intensa, nacida de ese trato continuo, ella, no con su pura imaginación, como podría hacerlo un pintor que se pone a describir un cuadro, sino movida por una gracia especial de Dios, siente con todas las potencias de su alma que ese Dios se le acerca a ella bajo esa forma de moción que va a traer como el reglo de la presencia de un adorador del trono de Dios, un querubín. Su acción, sin embargo, va a ser toda ella encaminada a mover más y más las energías interiores de aquella alma, ya tan intensamente unida con su Señor Dios Padre y Redentor.
Ella puede poner con su imaginación, con la vehemencia de su corazón, esas imágenes y como que ve ese querubín, no está ausente Dios de aquella acción –repito-, es una operación mística, pero es el alma de Santa Teresa que, acostumbrada al trato íntimo con Dios, ve que llega hasta ella la acción del Señor, así, precisamente así. ¡Es hermoso que ella tenga la visión imaginaria de este modo! No es esencial que para su amor a Dios aparezcan estos detalles en su vida interior. Yo pienso que tantas horas de oración y contemplación como venía teniendo ya con Dios en su vida religiosa, le habían permitido miles de momentos de efusión amorosa, de preguntas y respuestas recibidas, de requiebros con Dios nuestro Señor, de dulzuras del espíritu, de propósitos firmísimos, terminando siempre en eso: Dios es mi Padre, Dios es mi amor, Dios es alguien cercano a mí, no es una abstracción. Yo no me evado de la realidad de la vida del alma, cuando pienso en este Dios del que escribió frases y sentencias tan maravillosas en todas sus obras.

No hay amor sin dolor

Segundo: observad otro detalle importante. En esta visión imaginaria, la del dardo que atraviesa su corazón, aparece también algo que no debemos perder de vista, porque es esencial en la vida cristiana: el dolor. Allí no había únicamente un deleite espiritual sublime, tal como ella lo explica. Allí había también un dardo clavado que, al ser sacado, parecía como que le arrancaba las entrañas y que le producía tanto dolor que lo sentía hasta en su cuerpo. Y esto es muy importante tenerlo en cuenta en la visión: por un lado está el deleite de la comunicación con su Dios tan amado; por otro lado, el dolor que causa esa unión para mantenerse fiel. La teología de la Cruz, siempre presente y que se revela, incluso, en estos fenómenos místicos de tan alta y subida categoría como el que está experimentando en esos momentos –puesto que fueron varios- Santa Teresa de Jesús.
El gozo del espíritu la fortalece para permanecer fiel, el dolor le advierte que esa fidelidad no se logrará nunca sin esfuerzo. Para lo primero, la comunicación cercana de Dios, adivinamos muchas horas previas de contemplación. Con respecto a lo segundo, la cruz siempre presente, podemos también pensar en todos los tormentos que tuvo que sufrir Santa Teresa precisamente como consecuencia de querer vivir tan dignamente ese amor a Dios.
Si Santa Teresa no fue una mujer evadida de la tierra, tampoco su amor a Dios es una abstracción. Ella fue una luchadora nata, una mujer combativa, dispuesta a trabajar indeciblemente pro dar cima a las empresas espirituales que trató de realizar en su vida. Se lo debe a esto, a este sentido de aceptación de la Cruz y de las mortificaciones necesarias para seguir fiel al Señor. Una monja, como otras muchas de su comunidad y de aquel tiempo, hubiera podido tener también gracias especiales de Dios, pero quizá no hubiera tenido arrestos para acometer tantas empresas, si no hubiera tenido tantísimo amor. Y ¡cuidado que le tocó sufrir a Santa Teresa! Con sufrimientos de los que más cuestan; porque únicamente nos sentimos impresionados por los sufrimientos de carácter humano: tantos como tenemos que padecer lo de los que somos testigos en relación con el prójimo. No somos indiferentes a las desgracias de los demás. No podemos serlo a poca nobleza que haya en nuestro corazón. Nos afligimos con el afligido y con toda razón; pero no pensamos en lo que significa el sufrimiento de un alma que ha llegado a esas cimas de la unión con Dios y, por el mismo amor, acomete una empresa de Reforma en su orden, de fundaciones, de tratos con hombres y mujeres de toda condición para conseguirlo, y se ve frecuentemente despreciada, incomprendida, calumniada, perseguida, obstaculizada y a punto en muchísimas ocasiones de quedar definitivamente impedida para todo aquello que ella tienen conciencia de que Dios, está invitándola a realizar. Este sufrimiento es espantoso, a no ser que lo padezca un alma que pueda compensar tales cruces con esos otros gozos que Dios le da por mantenerse en una amistad con Él tan conmovedora.

Corazón transverberado, corazón nuevo

Y tercero: por fin en esta visión podemos imaginarnos nosotros lo que significa fundamentalmente y que es, quizá, el motivo de más relieve en el que sea fijado la Iglesia para permitir esta conmemoración dentro de la Sagrada Liturgia. Por un lado hemos dicho, trato con un Dios cercano y próximo: intimidad en la vida del espíritu de un alma enamorada y limpia. Segundo, teología de la Cruz. Y, tercero, lo que aparece también en esta visión famosa: la transformación del corazón, ¡claro!, transverberado. Es traspasado, revuelto, es como sacado de sí mismo para convertirse en otra cosa. Desde esta visión en adelante ya comprendemos mejor lo que venía sucediendo en la vida de Santa Teresa, pero aquí, se pone de relieve muy vigorosamente; a partir de este momento es otra, ya sin límites; el corazón ha cambiado, es ya toda de Dios. Un corazón nuevo. ¿No es esto lo que estamos pidiendo siempre en nuestra vida espiritual? Los niños puros de corazón, con los cuales nos hemos encontrado de un modo o de otro en las familias católicas, en las catequesis, en los colegios en donde se ofrece una educación sana. ¿No vemos ahí también como un reflejo angélico que se dibuja en su rostro y que nos hace pensar en esto?, en un corazón merecedor de que Cristo dijera: “Si no os hacéis como estos, no entraréis en el Reino de los Cielos”, ¿y los jóvenes? ¿Es que no hemos encontrado nunca algún joven o alguna muchacha que, fieles a esa secretas llamadas de Dios, han ido entregándose cada vez más, hasta el punto de que, aun viviendo en el mundo, han aparecido como azucenas limpísimas que reflejan en su mirada, en sus palabras y en sus sentimientos un mundo de amores silenciosos que Dios va cultivando dentro del jardín de sus almas? Y tantas mujeres buenas, madres de familia, llenas de vida cristiana, en medio de los afanes del mundo, que se han propuesto y van lográndolo bajo una dirección espiritual prudente y sabia, ir ofreciendo al Señor, cada vez más, ¡cada vez más!, ¡siempre más!, dentro del hogar; incluso cuando sus hijos ya son mayores lo han ido dando todo y van apareciendo también como transformadas en relación con otra época de su vida. Gracias precisamente a su fidelidad, a estas llamadas de Dios, a ese dejarse prender en lo más íntimo de su corazón, por el dardo con que el Señor las ha ido atravesando poco a poco: sacerdotes, religiosas, religiosos santos.
¿No es esto la espuma más limpia y más pura de la vida de la Iglesia en la tierra? ¿Por qué lo vamos a despreciar? ¿Cómo no estimarlo en todo lo que vale? Evidentemente, habrá que evitar cualquier falsa apariencia de virtud que acaso pueda darse en personas a cuya psicología alterada facilite esas transposiciones extrañas del orden espiritual y de lo puramente psicológico y humano; pero estos errores y equivocaciones se dan en todas las actividades de la vida, en todas las actitudes del espíritu en relación con cualquier empresa. Para discernir, se nos pide prudencia. Pero cuando las obras demuestran con el poder de su realismo y su eficacia que ese espíritu va así, rectamente iluminado por Dios; alcanzando esas cimas, estamos en presencia de las operaciones del Espíritu Santo sobre aquellos que han seguido los mandatos y los consejos de Cristo, tal como se nos hablaba ahora mismo en el fragmento evangélico que se nos ha leído. No en vano se nos ofrece esta lectura precisamente para conmemorar la fiesta de la Transverberación de Santa Teresa. No en vano, porque en definitiva es eso: el corazón traspasado y cambiado es un fruto del Espíritu Santo en un alma que vive totalmente pendiente de unir su voluntad con la Voluntad de Dios.
Estas consideraciones son respuestas que podemos dar a la pregunta que me he hecho al principio, tratando de satisfacer una legítima curiosidad, que pienso que vosotros podíais tener. Porque el conmemorar esta visión se ha convertido en un acto litúrgico que la Iglesia autoriza, hasta el punto de que año tras año en toda la Orden Carmelitana, y aquí de manera particular, en este monasterio, podamos celebrarlo con tanto gozo.

De la mano de Santa Teresa

Queridos sacerdotes, religiosas, queridos hermanos: pronto terminará ya el año en que venimos conmemorando el IV Centenario de la muerte de Santa Teresa. Recordáis muy bien los actos del mes de octubre aquí, en Ávila, el año pasado; luego, cómo se ha movido toda España, cuántas personas han llegado a Ávila con verdadero deseo de honrar a la santa querida. ¡Cuántas peregrinaciones también de fuera de España!: como nunca, en las diversas fechas en que se han conmemorado en España acontecimientos relativos a la santa, otros centenarios, el doctorado, etc., como nunca, se ha movido el alma católica de España. Y ha hecho acto de presencia aquí en múltiples manifestaciones.
Ya queda poco tiempo, hasta el día en que venga el Santo Padre –Dios quiera que nada lo impida- a clausurar el Centenario. La ocasión inmediata de su visita a España es esta, él sin duda habría venido también, como está yendo a tantos otros países de la tierra, pero de hecho las cosas son así: el motivo inmediato por el que viene a España es la clausura del Centenario, como pudo haber sido la apertura.

¿Qué nos dirá el Papa?

¿Qué nos traerá el Papa a España? Muchas cosas buenas. Muchas. Sin dudar; se referirá a nuestro pasado, a la vida católica de este pueblo, de esta nación, de esta patria querida, que tanto ha hecho por la Iglesia a lo largo de su historia: medio mundo ha sido evangelizado por España. Y está bien que venga el Papa ahora aquí, después de haber ido antes por la América del Continente de habla española, y por Filipinas; en Asia; y por África también. Tanto en este último continente africano en la porción de Guinea que visitó, como antes en Filipinas y en América, se ha encontrado ya con lo que realizó la España católica, que, no obstante sus fallos y sus deficiencias de toda índole, ha prestado tantos servicios a la causa de Cristo.

“Eso poquito” que vale tanto

Pero nuestros misioneros salieron de un país en que se amaba a Dios; Santa Teresa, sin salir de aquí, sintió profundamente el celo misionero, y ardía su alma al ver la situación en que la Iglesia se encontraba. Ella quería que se la honrase y que se la amase por el ancho mundo de Dios. Y se consumía de celo, y creía que ya no podía hacer otra cosa como mujer pobre y ruin –así lo dice ella-. Quería observar los consejos evangélicos con toda perfección para, de esa manera, servir a la Iglesia y alentar a todos los misioneros del mundo. Esto es lo que uno encuentra hoy, cuando trata con estas Carmelitas Descalzas: las conozco hace mucho tiempo y de muchos de sus conventos, y siempre dicen: ofrecemos oraciones y sacrificios, y ¡qué sacrificios!, por los predicadores, por los obispos, por los sacerdotes, por los misioneros; ofrecemos lo poquito que hay en nosotras –como su santa madre-. Y ese poquito no es poco, ¡vale tanto!

El futuro de España

Nos hablará también el Santo Padre del futuro de España, para que mantengamos nuestra fe, para que no renunciemos como familias, como personas e incluso en nuestra vida social –la vida social comprende todas las actividades del hombre, no hablo de los estatutos de la organización política de la sociedad-, no renunciemos a la identidad que nos corresponde como personas y como herederos de la fe católica que tanto ha hecho por nuestra patria, y a la que nuestra patria tanto ha servido, y nos pedirá que cumplamos bien con nuestros deberes, según nuestro estado, el sacerdotal, el estado religioso, el estado laical, la familia, la juventud, etc. Nos exhortará a unir la oración y el apostolado, el testimonio vivo y ardiente de fe cristiana en la vida y, a la vez, la defensa de esa fe frente a los ataques que puedan continuamente producirse. Continuamente, también, porque Cristo es signo de contradicción.

Actualidad de la vida contemplativa

Vendrá a Ávila, vendrá a este monasterio y se reunirá con las monjas contemplativas de España y lanzará su mensaje de espiritualidad y hará sentir al mundo católico y a tantos otros sectores, a los cuales llega de un modo o de otro la palabra del Papa, les hará sentir que en estas vidas, en esta fe, en estos votos, en estas consagraciones totales de la existencia a Dios nuestro Señor hay como una fuerza que viene del Espíritu Santo que sostiene al mundo. Sois combatientes de la fe más pura, lucháis de la manera más eficaz que se puede luchar contra el pecado; predicáis sin palabras; amáis siempre; alentáis a todos; y en vuestro trato silencioso con Dios, ese Cristo amado, con el que tenéis desde hace tantos años ya vuestras mejores consolaciones, ponéis a sus pies tantas veces los sentimientos y los dolores de todos para buscar y pedir consuelo y paz y hondura de sentimiento religioso y fuerza frente a las tentaciones, y seguridad en el camino que los cristianos tenemos que recorrer incesantemente.

El adiós de Teresa

De todo esto, y de tantas cosas más, nos hablará el Papa Juan Pablo II; Dios quiera que aprovechemos bien sus lecciones. Cuando, al final de su viaje, clausurado ya el Centenario, de nuevo emprenda su viaje a roma, y el avión surque los cielos de España hacia la Ciudad Eterna, pienso yo que en esa tarde de la despedida, o en esa noche, ya toda España en silencio y en paz, una monja andariega todavía se levantará sobre los tejados de este monasterio para decirle “adiós”. No seréis vosotros, será otra vez Santa Teresa de Jesús que volverá a su sepulcro de Alba de Tormes, ya más tranquila y gozosa por haber dado a sus hermanos y a sus hijos de España el regalo de la visita del Vicario de Cristo.

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