LA PREDICACIÓN DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, MODELO DE ACCIÓN PASTORAL (1)


CARDENAL MARCELO GONZÁLEZ MARTÍN


Os agradezco mucho que os hayáis tomado esta molestia enorme de venir hasta aquí, de tan lejos algunos, y en este día de calor, que siempre suele ser el obsequio que nos ofrecen estas fechas; de manera que no debemos extrañarnos de eso. Vosotros no os extrañáis, aceptáis la molestia y venís con buena disposición y con alegría. Os lo agradezco mucho, sinceramente. Creo que no hay ninguna diócesis de España en donde no haya algún sacerdote de los que han estudiado en Toledo; y en América y en tantos sitios... Ojalá un día pudiéramos reunirnos para concelebrar todos juntos, dar gracias a Dios y cantar como estáis cantando ahora. Ojalá.

En primer lugar, un recuerdo directo para los apóstoles Pedro y Pablo. A mí me ocurre una  cosa, que no sé si os pasa o vosotros, al recordar la memoria de estos apóstoles: que me cuesta contemplarles con el atributo de la autoridad suprema que les corresponde y que les fue dado por el mismo Jesucristo de una manera tan directa. Me cuesta admitir esto. Yo no sé qué me pasa con Pedro y Pablo, que les considero como merecedores de cariño. Y cuando ya pasó Pentecostés y les inundó el Espíritu Santo fueron una cosa muy seria Pedro y Pablo. El resto de su vida no sabemos exactamente cuánto duró hasta que después terminan en Roma y sucumben a las crueldades del martirio que tuvieron que sufrir. Pues no se merma su autoridad en mi concepto, pero les considero como amigos, como que iría con ellos de la mano, acogiéndome a ellos, invitándoles a comer lo poco que tuviéramos... Lo que me imagino que fue la vida en Roma. Medios tenían, pero persecuciones y desprecios de aquella raza prepotente que eran los romanos también tuvieron mucho. En cambio, mientras estuvieron en Palestina, la vida que llevaron era la de siempre: sus costumbres, sus hábitos pescadores... Ya no podían dedicarse a eso, porque una vez que Pentecostés les ha inundado con la fuerza del Espíritu Santo, también en Palestina les hace ir de un sitio a otro constantemente. Y también son perseguidos, encarcelados. Se nos habla, por ejemplo, de esa descripción de Pedro en la cárcel (Hch. 12, 4).

Y dentro mismo del ambiente de persecución e intranquilidad están con gente conocida, familiares suyos algunos. Ellos tenían a los suyos, como nosotros tenemos nuestras familias. Pero van a Roma. ¡A Roma ellos! ¿Quiénes son? Unos infelices... Pablo no. Era un hombre culto. Había leído mucho, había meditado las enseñanzas de la Ley, había perseguido a los cristianos, tenía en la mano las llaves de muchas cosas, hasta que, yendo hacia Damasco (Hch. 9, 4) -los Hechos de los Apóstoles no dicen nada de que fuera derribado del caballo, nada- cayó bajo la fuerza de una luz cegadora que era como un resplandor totalmente inusitado. No sabemos el tiempo que estaría en el suelo. No sabemos el tiempo que estaría derribado Pablo; pero sí que oyó las palabras; después las transmitió y nos impresionan tanto: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Luego perseguía a Cristo, aunque él no lo reconociera ni lo supiera. Pero oyó esto y lo repitió después toda su vida. Y ya viene un cambio trascendental en él. Busca por diversos caminos el contacto con los otros apóstoles. Y estuvo largo tiempo en el “Seminario”. Esto se habla poco en los cuadernos de propaganda, en lo que se escribe y se dice cuando hablamos de la formación de los jóvenes sacerdotes. Se habla poco de este sucedido a San Pablo, del tiempo que estuvo -¡años!- preparándose.

Retirado en Arabia, buscando a Pedro, consultando todo. Y al fin, nutrido con estos alimentos que para él son completamente nuevos, autorizado por los demás apóstoles, aunque es el abortivo, el que menos merece -a sí mismo se llama un hombre pobre, perseguidor-, llega un día en que se lanza a trabajar. ¡Y con qué decisión, Dios mío! Yo creo que muchos días no tendría tiempo ni para comer; ni medios, porque en Roma todo fue distinto. Le llevaban cosas los destinatarios de esas Cartas: tesalonicenses, efesios, romanos... Le llevaban cosas cuando estaba en la cárcel mamertina... ¡Pobre!

Pero sigo considerándoles así, como muy cercanos a mí. Son autoridad, no se puede hacer nada sin ellos. Estoy seguro de que se extendió entre los cristianos primeros la fama de la autoridad que correspondía a Pedro. Seguramente es el que vivió menos; duró más Pablo. Pedro fue considerado y recordado siempre como el Jefe, aquel a quien le dijo Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella”. Y con tan poco bagaje, entrando en un sitio y en otro, van prendiendo la llama.

A nosotros nos parece que si no arde el pueblo entero no hacemos nada. ¡Pues no es así! Estos apóstoles en Roma lo que hicieron fue encender una llamita aquí y otra allá; en un taller de operarios de vida práctica, en algún grupo más cultivado, en el palacio de los césares... ¡allí también lograron que alguno se convirtiera! ¿Qué tenía aquello que predicaban para encender así a la gente? Y, sobre todo, ¿cómo vivían ellos? Vivir y enseñar; las dos acciones. Se ocultaban -catacumbas- incluso a la hora de la muerte. Con algún bárbaro como Nerón eran sometidos a persecuciones terribles; también con otros emperadores. Y a lo mejor aparecían condenadas a muerte unas chicas jóvenes, que podían ser las que llevaran por aquel ambiente romano la fragancia de su pureza, el amor a un Dios inmortal, a Jesús, del que leían las cosas que había dicho y sobre el cual hablaban estos, Pedro y Pablo, sin miedo ninguno a lo que ocurriera. “A mí ya me queda poco tiempo”, dice San Pablo.

Yo no sé, cuando se dice que a un sacerdote le es tan difícil meditar, la oración de meditación... No lo comprendo. Porque es que simplemente con acogerse a la Sagrada Escritura del Nuevo Testamento, simplemente eso da de sí para estar meditando treinta años. Los episodios del Nuevo Testamento, los sucedidos a los apóstoles, las persecuciones que tienen... ¡Tan bonito, tan puro, tan limpio! Ahí no hay nunca ambición ni deseo de prosperar ni de buscar la protección de los jefes de las ciudades; no. Lo único que se ve o se presume, tal como lo hemos aprendido de la historia es eso: muerte; la muerte por persecución sangrienta.

¡Pobrecillos, unos y otros! Pero San Pablo y San Pedro ¿qué son? Son hermanos, son padres nuestros; son sencillos. Van, predican... En San Pedro parece que no son más que cuatro ideas que repite en esas Cartas que conservamos. San Pablo no; es otra cosa; es una enseñanza variada, diversos tonos. A discípulos personales y concretos, como Timoteo; nos lo podía hacer a nosotros. A la colectividad de las naciones, de los pueblos por los cuales han pasado. ¡Dichosa la mano que cuidó de que estas Cartas se conservaran y llegaran a ser autoritativamente transmitidas, de forma que podamos conservarlas desde aquellos primeros tiempos como un tesoro! Se pueden leer frases sobresalientes, que nos llenan de sorpresa muchas veces, y de gozo al ver lo que ellos tenían que sufrir para lanzar esas ideas tan sorprendentes y tan nuevas. Pero han dado la vuelta a la civilización. Los dos, Pedro y Pablo.

Pablo, sobre todo, ha tenido una fuerza enormemente avasallante. Es lo que ha servido a los racionalistas, como sabéis, para decir que todo ha sido como la llamarada de un hombre genial de ascendencia judaica, que maneja la pluma como los escribas, los fariseos que escribían y ayudaban. Pero con sólo eso han dado la vuelta a la civilización: a Roma, a Grecia, a España... a lo que hubiera aquí, que no lo sabemos bien; pero pronto consiguieron aquí también mártires: muchachos, muchachas... ¡pronto lo consiguieron!

Hoy habla el periódico -he leído en ABC, muy rápidamente, no es que se ponga a tratar el tema- un poco de los mártires españoles en la guerra. Y cita, creo que en Madrid, a un niño de siete años, que es el único mártir de esa edad en nuestra guerra. ¡Un niño de siete años! Y luego cita, claro, a los de Paracuellos: sacerdotes, profesionales, padres de familia... ¡tantos y tantos! Y así por todos los sitios. Parece que el Papa se ha decidido a hacer la beatificación de un grupo numeroso de mártires. A mí me lo dijo una vez hablando, porque yo le he hablado varias veces pidiéndole que ya era hora, que el cardenal Plá, por obediencia a la determinación de Pablo VI, dejó de insistir; pero que ya había pasado aquello y que yo venía con el mayor respeto, pero era la diócesis primada y que se apresurase.

Y en algún caso pude conseguirlo. Por ejemplo, con el Hermano Rafael, de la Trapa de Venta de Baños. “Está todo dispuesto en la Congregación. Yo he ido muchas veces; está todo esperando. Lo que le pedimos es que en su próximo viaje a España diga algo, que mencione al Hermano Rafael”. “¿Y qué creéis que puedo decir?”. “Santo Padre, era un joven estudiante de Arquitectura; era un aristócrata, era un enfermo que entró y salió cuatro veces en la Trapa. Estaba deshecho. Pasaba sus horas en aquel monasterio, consumido por la diabetes, por la glucosa que se había apoderado de él. Si ahora cuando llegue a Compostela -era el segundo viaje que hacía- puede decir algo... Nos conformamos por el momento con eso”. Vino a España y habló al pie del avión, el primer discurso. Los obispos estábamos un poco lejos del avión, en fila. Pues habló del Hermano Rafael en ese instante, recordando en su mensaje a los santos españoles no sólo antiguos sino actuales, como el Hermano Rafael, estudiante de Arquitectura. Fue suficiente ya. Luego vino del avión y saludó a los obispos. Y al llegar a mí, como diciendo “he cumplido”, me cogió la mano. Y yo diciendo: “Sí, Santo Padre, sí”.

Bueno, pues así, digo, en aquella época primera las Cartas que escribe San Pablo nacen de allí, se alimentan de aquello y tienen un vigor para nuestra vida espiritual colosal. Gálatas, corintios... ¡formidables!
Segundo. Hecho ya este recuerdo a los santos Pedro y Pablo... ¿qué vivimos hoy, queridos sacerdotes, qué estamos viviendo? Pues yo pienso en el Jubileo (2). Y digo: Pero ¿qué es esto, Dios mío? ¿Cómo ha conseguido este hombre, el Papa, que tantos millones de gente estén movilizándose de una manera o de otra? ¡Es que está la Iglesia entera en una actitud de purificación! Vienen grupos de peregrinos de América, de África, de Europa. Mucha gente que no había pensado en confesarse se confiesa. Cumplen fielmente con lo que se les pide para ganar el Jubileo: la confesión, la Comunión, alguna obra de caridad, alguna oración por las intenciones del Papa. Y entran por alguna de las puertas señaladas. O en Roma, para el mundo entero, o en cada diócesis de Europa, de África y de Asia...

En todos los sitios se han señalado templos por cuyas puertas hay que entrar simbólicamente como para buscar el consuelo del perdón de Dios, la perdonanza. Y llegan a Roma diariamente montones de gente. Nunca ha dicho el Señor que teníamos llegar a todo el mundo matemáticamente. Ha dicho: “Id y predicad; id y enseñad lo que Yo os he mandado”. Al mundo: no dice a cincuenta millones ni a doscientos; a muchos, a muchos. Pero -frase ya repetida por el Papa dos veces- el siglo próximo será el siglo de la evangelización de Asia. Dos veces lo ha dicho ya. No es que él sea un adivino. Es que piensa con la luz que Dios le da en su oración. Y ama a la Iglesia y piensa en ella como en una madre derramada, una madre que está dando su pecho a tantos y tantos. Hay persecuciones otra vez. La pobre África, con tantos desvaríos y costumbres inadmisibles... No importa. A medida que va apareciendo un aumento en la propagación del SIDA llega ayer y nos da la noticia de este descubrimiento del genoma humano -que no sabemos bien lo que es, pero nada más las descripciones que se hacen- que servirá -esto leí en algún artículo- eficacísimamente para eliminar el cáncer, el SIDA y no sé qué otra enfermedad terrible. De manera que cuando aumenta el mal por un lado, viene el remedio por otro. La ciencia, saliendo al paso de la debilidad.

El Jubileo es algo que está produciendo en muchísimas almas, en muchos hombres, una especie de búsqueda oculta -que no les vea nadie- del perdón de Dios. Hoy está todo a la orden del día para todos los que quieran caer en los vicios de la sexualidad animalizada. En Alemania -ya lo he dicho en varios sitios, porque el dato me impresionó-, en Frankfurt, el 40% de los pisos de la ciudad está ocupado por solteros. No hay familia, no hay más que hombres y mujeres que se unen esta noche, se desunen mañana, hay una nueva unión pasado mañana... Pero no es más que eso: sexualidad animal. ¡Esto no puede llenar al hombre!

Me acuerdo que un año, en la Embajada de España en Roma, en una recepción estábamos varios y no sé a quién se le ocurrió decir que estábamos viendo cómo pasaban los años y el Japón, un pueblo tan culto y tan educado en las aplicaciones de la ciencia, permanecía tan alejado de Dios. Y estaba presente un jesuita, Padre Martín Menoyo, que lleva veinte años en Japón, y dijo: “No crean ustedes que están tan alejados. Cada año están acercándose más los japoneses. Y hay particularmente una época del año en que actúan como niños, queriendo saber; y es la Navidad. Cuando nos ven a los cristianos celebrar la Navidad, el Niño que nace, la Virgen María con su encanto femenino purísimo, el pobre trabajador José, huyendo de ser perseguidos por Herodes, ocultándose en Egipto... y todo lo que rodea la infancia de Jesús, todo esto les hace desear libros y revistas para leerlo. Lo que ocurre es que les cuesta muchísimo el símbolo. Por ejemplo, el Bautismo. El Bautismo es algo que a un japonés le cuesta mucho, porque es coger agua y echarla sobre la cabeza del niño. Y echar agua es como limpiar, es como que el que lo hace los considera manchados... Hay mucha preocupación ya en las escuelas y en las universidades por el hecho cristiano”.

Está uniéndose Europa cada vez más: la Unión Europea, que son ya quince naciones, pero que van a serlo todas. Y se está trabajando para que lo sea también Rusia. Rusia está deseando entrar en ese grupo. Esto no se había pensado jamás. Yo he rezado ante la tumba de Schumann, el político cristiano francés que trabajó tanto por esta idea, y de Gasperi, el italiano, y de Adenauer, el alemán. ¡Todos eran cristianos, los que han conseguido esta unión! Han pasado ya más años sin guerra que en ninguna otra época de la historia. De manera que algo está creciendo.

Y entonces ¿qué? Última reflexión, queridos sacerdotes: la misma que dice el Papa con esas palabras de Cristo en el evangelio de San Mateo, cuando avanza sobre el mar: “¡No temáis! Confiad. Soy Yo”: Lo que dijo el Señor en ese momento son estas tres frases. ¡No temáis! Parte primera: despojaos de todo temor, no temáis. Segundo, lo positivo: tened confianza. Y tercero, razón para la confianza: “Soy Yo”. Y esto tiene que hacerlo el sacerdote hoy. Y sacerdotes jóvenes como vosotros tenéis que ir a trabajar en las parroquias y donde sea con este sentido, con esta confianza, como Pedro y Pablo a Roma, como el niño de siete años fusilado en Madrid, hablando a cada uno además de predicar en la iglesia. Predicad en un sentido que dé a entender que se cree en lo que se dice; que creemos. Aunque nos lleguen sufrimientos y torpezas de unos y de otros; aunque nos interpreten mal... ¡nada! Nunca irritarnos, nunca volvernos contra alguien. Hay que buscar en este Jubileo, y en todos, el perdón de Dios, el cariño de Dios. Y buscando, ciertamente, los recursos que tenemos, tal como nos los han transmitido los santos. ¡Tantos santos buenos que tenemos, y santas, en los cuales vemos ese recuerdo piadoso! Cuando Esperanza Pedraza (3) vino a mí a hablarme de que tenía la idea para glorificación del Señor en la Eucaristía de invitar a investigadores, a intelectuales, yo la animé mucho: “Explícame, explícame cómo quieres que sea”. “Yo quiero que sean hombres y mujeres que crean en Dios, aunque no sean católicos”. “Esto es un poco peligroso. ¿Cómo vamos a admitir un no católico y que desfile en el grupo de los investigadores que están dando culto a la Eucaristía?”. Y me dice ella: “Pero bastará que quieran darle culto y que se consagren al Dios en quien ven ellos la verdad de la vida; que puede ser este, puede ser otro; por lo menos, dejarles una temporada en una fase de duda; luego ya vendrá otra de afirmación”.

Bueno, pues así fue. ¿Sabéis los que están inscritos en la Cofradía de Investigadores del Corpus Christi de Toledo hoy? Cuatrocientos ochenta y siete. Japoneses, siete u ocho. ¡Tened confianza, jóvenes! Hay que vivir de la fe en la predicación y en todo momento.

Y nada más. Con la confianza en Cristo y con una vida limpia como la que podéis llevar. Sois tan jóvenes ahora... Pues llevaréis esta vida limpia cada vez más. Y haréis una labor espléndida dondequiera que estéis. Reuniéndoos; es necesario reunirse y hablar, buscar fuerzas y dárnoslas unos a otros con cariño de hermanos, con bondad, con decisión. Ojalá podáis hacerlo muchos años. A mí, como diría San Pablo, ya me queda poco. Es natural. Bueno, pues tendré que irme, Y contaré con la misericordia de Dios. Y cuando esté donde Él me llame pediré por aquellos que eran los últimos que yo ordené y que año tras año venían y compartían conmigo sentimientos y afanes, y gozaban al conmemorar el aniversario del día en que fueron ordenados. Eso lo recordaré ya en el cielo. Y basta.

(1) En la Misa de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que se celebró en la capilla de las Madres Angélicas de Toledo, el 29 de junio de 2000.

(2) Se refiere a los acontecimientos vividos a lo largo del Jubileo de la Encarnación, de ese año 2000.

(3) Fundadora de la Cofradía de Investigadores del Corpus Christi de Toledo.

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